Rain brings the night

Termalito, Colombian Andes

I finish cooking the soup on Doña Gloriás’ fire stove and sit on the only chair there is, the first one I’ve seen in seven days, with the chickens on the opposite side of the table, on the table. I add some fresh cheese to my meal. Reading while the soup cools down I first hear and then see the downpour on the forest, then it stops and the clouds come down dressed as fog and inadvertently smooth the transition from day into night.

I put down Steinbeck and raise my eyes to see the heavens have come down and the stars, now mobile, make new twinkling constellations each passing second, fireflies, fireflies like I’ve never seen before. I can see this because I read using the red light of my headlamp, saving batteries and not blinding myself to my surroundings. I come back up to camp and see the field spangled with tents, lights moving around inside, different colored tents, yellow and grey, unsuccesful bonfires litter the site, they set plastics over the tents.

Now that the rain has stopped, music comes from one side and laughter from the “hot” springs in which I got too cold in the afternoon. These are not the nature loving mountain campers I was with a couple of nights ago in the high mountain “paramo,” these, are true gypsies…

My tent marks the edge of camp. Past it the dense jungle presses up against the massive vertical rock face, almost scaling it, as if wanting to get closer to its life-source, which starts at the very top as a waterfall and then turns into mist as it plunges into the abyss.

I eat a chocolate and slap the sticker that comes with it onto the thermos, the common owl. The rain comes back, or better-said, new rain falls, and I gladly withdraw into my wild peppermint scented tent. Good night

Andeando

Huancayo, Perú

Me pongo toda mi armadura contra el frío, incluida la cobijita cortesía de Copa Airlines, y me duermo todo el camino.

Me despierto cuando apagan el bus, son las 4 de la mañana y ya llegamos, sólo los que tienen alguien esperándolos se bajan del bus. El resto de nosotros nos quedamos refugiados adentro, esperando que salga el sol y nos ayude a combatir este frío infernal. Sí, el frío puede ser infernal. Duermo un poco mientras los niños gritan, eso nunca falta… Al fin sale el sol y antes que caliente nos dicen que ya tenemos que bajarnos, me calentará el esfuerzo de caminar con la mochila en busca de hostal.

Camino a la Plaza de Armas y veo la iglesia, me parece un santuario, pero no porque crea que adentro esta dios, sino porque adentro podría estar un poco más caliente que aquí afuera. Entro y me entero que si dios efectivamente vive ahí debe tener una buena sweater, voy jalando. Camino bastante subiendo una cuesta hasta el hostal Casa de la Abuela, llego y veo un rótulo de que se pasaron. Dice transporte gratis y un número de teléfono, pero no creo que vean señales de humo. Cuando pasa una peruana le pido que por favor llame y a mi sorpresa lo hace. Llega un taxi y me lleva, al llegar me sale la abuela y me dice que tengo que pagar yo la mitad del taxi, le explico el significado de gratis y paga ella. Entro y resulta que cobran por todo, ya que es según ellos un concepto de «hospedaje familiar.» Yo le digo que no entiendo, porque mi abuela nunca me ha cobrado por nada, pero bueno, hace mucho frío y con la trama del taxi estoy muy lejos del centro para ir a buscar otro hostal.

Los abuelos resultan ser medio dolor de huevos y además el viejo tiene las costillas malas porque se resbaló en una escalera arreglando el techo. Eso significa que yo soy el que tiene que estar parriba y pabajo con los cilindros de gas hasta el 3 piso porque no tienen idea cual es ni de como funciona. De milagro no me cobraron por ayudarles!

El viejo tiene curiosidad del café que traigo de Huánuco, quiere que se lo dé para él prepararlo, le entrego un gentil no. No por mala gente, pero porque durante mucho tiempo he estado perfeccionando mi propio método de preparación para obtener máxima eficiencia (un mochilero desperdicia prácticamente nada) y presiento que él desperdiciaría mucho. Me encanta usarlo y que se gaste compartido es genial, pero no que se desperdicie. Hmmm, siento que me estoy yendo por las ramas así que voy a dejar este tema del Café para otro momento.

Me cuenta sobre las cosas que hay para hacer mientras estoy aquí. Primero, ver un viejo monasterio, para eso toca montarme en una combi, un microbús en el que los peruanos sin asiento no tan increíblemente logran ir de pie, como si fuera un bus de verdad.  Yo no tengo otra alternativa más que sentarme en el piso con las patas metidas debajo de los asientos. Una señora que va con un perro resulta tener una hija en Costa Rica y queda de invitarme a almorzar trucha en la tarde. Cuando llego al monasterio me dicen que hay un tour en la mañana y otro en la tarde, no hay más, y yo obviamente no llegué a tiempo para ninguno. Claro, al abuelo seguro se le olvidó este detalle.

Veo que va pasando un grupo grande y me meto entre la multitud, o más bien sobre ella. Los sigo y termino en un salón donde escucho las palabras padres, orgullosos, y confirmación. Sí, sí me quedo presenciaré una confirmación. Yo no fui a la mía y no me voy a quedar a ver esta. Me voy escurriendo hasta el fondo y me escapo por la puerta de atrás. Por suerte cuando veníamos caminando me iba fijando para todo lado y puedo hacer como que voy al baño porque sé exactamente donde está. Después me voy por unas escaleras y subo al segundo piso, donde literalmente camino por encima de la confirmación. Exploro y veo los cuartos donde duermen los «monjes», los baños, cocina y más capillas internas. Cuantas pueden necesitar? Los edificios son muy lindos, con patios internos. Me recuerdan del Sanatorio Durán. Finalmente logro llegar a lo que era el verdadero monasterio y puedo entrar y ver todo con calma, solito porque está «cerrado». Jalo de ahí y voy a ver la iglesia que tiene a la par y el cementerio. El cuidador del cementerio ya casi pasa a ser otro residente.

Llego a la piscigranja y ahí está la señora esperándome. Me invita a comer trucha y nos tomamos una birra. Muy buena gente pero con el detalle de que quiere tirarle piedras a cualquier otro perro que se le acerque al de ella.

En la tarde voy al mercado y me compro unos guantes por 4 soles y un gorro bien tuanis para combatir el frijol. Ruleo tranquilo y al día siguiente me voy caminando a ver Torre Torre, unas formaciones rocosas en la montaña. Camino sobre, en y entre las mismas, y veo unos pequeños Halcones cazando por ahí. Paso todo el día caminando en la montaña, entre bosques de eucalipto y el poco pasto que hay en esta montaña. Veo a varios pastores con sus ovejas, cabras, burros y vacas. Rompo unas hojas de eucalipto y voy abriendo mis pulmones de la mejor manera. Claro, ir mascando un poco de hojas de coca de las que me dio el doctor también ayuda. (El doctor me lo topé en un pasillo de un hostal y me dió las hojas por buena nota).

En la tarde bajo a ver el parque de la identidad, donde todo esta hecho con pequeñas piedras redondeadas y hay lindísimos  jardines. En la noche me siento como que me voy a enfermar me hago y té con un poco de varas raras del callejón de las brujas en Iquitos, creo que le puse mucho… Bueno un litro del brebaje, a dormir temprano y amanezco como nuevo.

A las 6 am estoy abordando el tren conocido como El Macho, porque «sale cuando quiere y llega cuando le da la gana!» Compré mi boleto por 13 soles, en clase bufet, la otra era de 9 soles, nada por lo que es un tren increíble de 5 horas en los Andes. Me pongo a hacer café en el tren y preparo unos panes con miel de abeja y banano para el desayuno. Mientras el café empieza hacerme efecto el tren corcovea entre la cordillera por y entre túneles y puentes, imitando los movimientos del agua en el río. Me encanta, soy feliz y sería feliz si este tren tardara tres días, es espectacular.

En el tren conozco a «Esteban» y a Eschnaider, ellos son de Huancavelíca, nuestro destino final en este mágico tren. Ellos me convidan de las especialidades culinarias de cada parada del tren, sabiendo siempre quien es la mejor vendedora de choclo o chicharrones y yo les convidó unas mandarinas que ando. Llegamos mucho más rápido de lo que me hubiera gustado y mis nuevos amigos me acompañan a buscar un hostal barato. En la tarde me llevan a caminar por todo el pueblo contándome todo lo que saben de cada lugar. Tomamos un guaro raro y vemos las mayores atracciones.

Tempranito el día siguiente vamos al mercado y comemos lechón en el puesto de su tía, quien nos invita a ese delicioso desayuno. Subimos a ver un pueblo en la montaña y una mina abandonada donde obviamente nos brincamos la cerca y exploramos su interior. Muy tuanis. Me cuentan la leyenda del Gringo y muchas otras… En la tarde nos separamos y yo emprendo camino hacia una pequeña «casita» perchada en el pico de una montaña sobre el pueblo. Se ve muy lejos pero en la vida me he dado cuenta que los paisajes áridos hacen que todo parezca estar más lejos. En una me la paso, veo hacia atrás y la veo abajo, bastante abajo. Finalmente llego y veo que adentro hay un Cristo encerrado con candado, quién sabe que hizo… Me trepo y desde el techo toco un poco de armónica.

Me echo una siesta y una skypeada en el hostal. En la noche me monto al bus que me llevará viendo el amanecer en el camino hasta Ayacucho, lugar donde inició el terrible movimiento Sendero Luminoso.

Ayacucho

Ayacucho, Perú

Traté pero no me acuerdo de nada del bus hasta aquí…

Voy a la plaza de armas y busco hostal pero está un poco caro, y los «hostales» baratos realmente son moteles. Entro a ver la habitación en uno pero ya me imagino el temblor y los gritos en la noche. 

Una señora muy buena gente me deja poner las cosas en un hostal tuanis, Tres Máscaras. 

Camino todo el día y veo muchas iglesias, más iglesias, y unos telares en el barrio de Santa Ana. Lo más impactante es la historia de Sendero Luminoso, miles de muertos y desaparecidos. Pienso en la suerte que tenemos los ticos de nunca haber pasado por nada así. 

En la tarde toco armónica en el parque y gano algunos soles. 

Me monto en el bus bien abrigado porque hay pasos de montaña. Entre dormido y despierto me asomo por la ventana y parece que esta amaneciendo, también parece que hay nieve afuera pero las ventanas están tan empañadas que nunca lo podré saber con certeza. El bus para y tiene que echar reversa para dar las curvas sin irse en los guindos. No se cuál es esta ruta ni como se llama, pero se debería de llamar la carretera de la muerte peruana. 

Pasa algo increíble. Se baja un poco de gente y queda toda la fila de atrás vacía, agarro un montón de frazadas y duermo como un bebé que cree que él se va a caer de la cama pero el bebé es el bus y la cama es la cordillera.

Finalmente empezamos a bajar hacia Cusco, ombligo del mundo en el imperio Inca, situada dentro de lo que una vez fue un inmenso lago.